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jueves, 25 de abril de 2024

Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

 


Urgencia de la Buena Noticia que tenemos que comunicar al mundo cuando les hablamos de Jesús en quien todos encontramos la Salvación

1Pedro 5, 5b-14; Salmo 88; Marcos 16, 15-20

Qué reconfortante es el llevar una buena noticia a quien la está esperando con ansiedad; parece como si en la vida fuéramos más portadores de malas noticias que de buenas; sucede cualquier accidente y la noticia corre como reguero de pólvora, pronto todos tienen noticia de ello; hay algo que le hace daño a alguien que quizás, por los motivos que sea, no nos cae bien, y qué pronto estamos para comentarlo, para hacer que todos se enteren, para hacer leña del árbol caído. Y parece que las buenas noticias, o las noticias de cosas buenas no tienen tanto eco, porque además parece como que nos gustara meter las narices en la basura y si podemos expandir su desagradable olor.

Pero nosotros estamos llamados a dar buenas noticias; estamos obligados y sería lo más reconfortante que podríamos hacer. Y es que este mundo en el que vivimos necesita de buenas noticias; todo es hablar de guerras y de muertes, de violencias y de corrupciones, de noticias de cosas desagradables y de calamidades de la naturaleza. Pero es que detrás de todo eso contemplamos un mundo de angustias y desesperanzas, un mundo de tristezas, sufrimientos y agobios, un mundo que se vuelve insolidario e injusto porque quizás desde la situación en que vive lo que hace es encerrarse en sí mismo algunas veces parece que como autodefensa, un mundo que parece que ha perdido la ilusión y lo ve todo turbio y oscuro.

Es un mundo que necesitaría una buena noticia, que todo eso puede cambiar, que en verdad podemos hacer un mundo nuevo, que puede renacer de nuevo la esperanza en los corazones, que podemos recuperar la alegría de la vida, que podemos hacer que las cosas sean distintas, que alguien ha venido a romper esa inercia de la vida donde nos vamos dejando arrastrar, pero que ahora podemos hacer las cosas de otra manera, que ese mal ha sido vencido y que la muerte no tiene el dominio de la victoria.

Es lo que nosotros los cristianos tenemos que transmitir, es la buena noticia que nosotros tenemos que dar cuando hablamos de Jesús, cuando hablamos del evangelio, o sea esa Buena nueva de Jesús que instaura un mundo nuevo, un reino nuevo que es el Reino de Dios. En verdad, nos decimos creyentes, pero ¿realmente creemos en esa Buena Noticia que tendríamos que dar? Porque si lo ponemos en duda, tengamos en cuenta que estamos poniendo en duda nuestra fe, porque estamos poniendo en duda el Evangelio de Jesús. Es muy serio esto que estoy diciendo y es algo que tendríamos que planteárnoslo de verdad desde lo más hondo de nosotros mismos. ¿Nos llamamos o no cristianos?

Hoy estamos, en medio de este camino pascual, celebrando la fiesta de san Marcos, evangelista. Efectivamente esa fue su misión, el anuncio del Evangelio. No solo porque nos haya trasmitido ese texto que llamamos precisamente el evangelio de san Marcos y por eso lo llamamos evangelista. Fijémonos en el comienzo y en el final de este evangelio de san Marcos. Comienza diciéndonos que nos va a trasmitir una buena noticia. Esas son sus primeras palabras, ‘comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios’. Con ello nos lo está diciendo todo. Luego en esos diez y seis capítulos nos lo irá describiendo. Pero, ¿cómo termina? Con el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación… y ellos fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban’.

¿No es, pues, una buena noticia la que nosotros tenemos que llevar a todo el mundo, ese mundo que hemos descrito anteriormente con sus angustias, sus sufrimientos, sus desesperanzas? La buena noticia de algo bueno tenemos que comunicar, tenemos que trasmitir. Es la urgencia que tenemos que sentir en el corazón. ‘¡Ay de mí si no evangelizara!’ que decía el apóstol san Pablo.


miércoles, 24 de abril de 2024

Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

 


Escuchemos el grito que resuena en nuestros corazones y seamos, no por lo que vociferemos, sino por nuestro testimonio de amor, grito que despierte a nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 12, 24 — 13, 5ª; Salmo 66; Juan 12, 44-50

Hay gritos que no se oyen con los oídos, pero se escuchan allá en lo más hondo del alma. No son voces estridentes, sino escuchar una voz que susurra en el corazón pero que se convierte en un grito dentro del alma. Son gritos que no es escuchan sensorialmente, pero sensitivamente nos producen gran impacto.

Creo que algo de eso habremos experimentado más de una vez y es una forma maravillosa con la que podemos comunicarnos. Al que más grita es al que quizás menos se le escucha, porque incluso la estridencia del grito produce un caos en nuestros oídos que no llegaremos a entender lo que se nos dice. Fue quizás aquella mirada que en un momento determinado recibimos, por ejemplo de nuestra madre, ante lo que estábamos haciendo, no oímos quizás ninguna palabra pero en nuestro interior hubo un grito de advertencia para que nos diéramos cuenta de lo que estábamos haciendo.

Digo la madre, porque quizás fue lo más bonito que palpamos desde nuestra niñez, pero habrán sido muchas ocasiones en la vida en las que nos habrá sucedido algo parecido. El testimonio de alguien en silencio que cumplía con su deber sin grandes aspavientos, el ejemplo de una entrega generosa sin hacer ruido, pero que tanto bien hacía y que dejó huella en nosotros. No necesitamos grandes juicios ni condenas, pero nos sentimos interpelados y quizás se produjeron cambios beneficiosos en la vida.

Hoy el evangelio nos dice que Jesús alzó la voz y gritó, pero lo que luego nos sigue diciendo el evangelio no son palabras que hagan mucho ruido, pero sí son palabras en los que se va desparramando lo que hay en el corazón de Dios dejándonos entrever la grandeza de su corazón, pero también lo que era la ternura de Dios que se estaba manifestando en Jesús.

Nos habla de creer en El y nos habla de la luz que comienza desde esa fe a resplandecer en nuestros corazones. Nos habla Jesús de su misión, misión que ha recibido del Padre, porque El no habla ni dice sino lo que ha recibido del Padre. Nos habla Jesús de la salvación que viene a ofrecernos, porque El no viene ni para juzgar ni para condenar, sino para ser luz, para sembrar semillas de esperanza y de vida nueva, para regalarnos la salvación.

Hoy quizás nosotros magnificamos, y no podemos menos que hacerlo, todo aquello que iba haciendo Jesús, pero esa algo sencillo, pequeño y humilde, porque lo que Jesús iba haciendo era desparramar amor. Es su cercanía y su presencia allí donde había sufrimiento; era el estímulo para emprender el camino, cuando siempre El iba delante haciendo el mismo camino que nosotros; era su oído atento y su mirada, para escuchar súplicas, para descubrir lágrimas, para ofrecer la calidez de su corazón para que encontraran paz los corazones atormentados.

Y lo hacía mientras hacia camino entre aquellas aldeas perdidas de Galilea, o se sentaba en la orilla del lago para hablar a los pescadores o a cuantos se acercaran junto a El, mientras se dejaba coger el corazón cuando se encontraba con las multitudes hambrientas de vida, o se repartía para llegar a todos como repartía el pan en el desierto para que todos comieran. No era nada especial ni extraordinario sino la grandeza de la vida misma llena y rebosante de amor.

Pasaba en silencio haciendo el bien y su presencia se convertía en grito que despertaba los corazones, sigue despertando los corazones si queremos nosotros también escuchar ese grito que quizás nos llega como susurro en el testimonio de amor de muchos que están a nuestro lado y porque no hacen ruido nos pueden pasar desapercibidos.

Escuchemos ese grito que resuena en nuestros corazones, y aprendamos a ser, no por las palabras que vociferemos, sino por el testimonio de amor que demos, ese grito que despierte a nuestro mundo.

martes, 23 de abril de 2024

Vaciemos nuestra mente de ideas preconcebidas y tengamos un corazón disponible para seguir la senda que el Espíritu nos traza para nosotros hoy

 


Vaciemos nuestra mente de ideas preconcebidas y tengamos un corazón disponible para seguir la senda que el Espíritu nos traza para nosotros hoy

Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Salmo 86;  Juan 10, 22-30

¿Creemos o no creemos? A veces también nos llenamos de dudas. ¿Será cierto todo lo que nos dicen? ¿Estaré equivocado en esto de llamarme cristiano, de ser seguidor y discípulo de Jesús? ¿Por qué tengo que creer en la Iglesia? Y así van surgiendo una lista grande de preguntas, de interrogantes que nos hacemos por dentro, aunque no siempre manifestemos esas inquietudes que llevamos dentro, aunque en ocasiones tratemos de adormecer esas inquietudes y preguntas, para no complicarnos la vida, porque nos contentamos con lo que siempre ha sido así. Porque no queremos dudar, porque entonces a donde vamos a ir.

No nos asustemos. Algunas veces no nos gusta pensar en estas cosas, entrar en esos planteamientos, preferimos dejarnos arrastrar por algo que al final se nos ha convertido poco menos que en una rutina de la vida; pero es que ponernos a pensar es un quebradero de cabeza, ponernos a pensar quizás nos despierte algo en nuestro interior y nos damos cuenta de que hay cosas que cambiar, ponernos a pensar a lo mejor nos va a llevar a otros compromisos que no siempre estamos dispuestos a asumir.  Y de todos esos interrogantes o inquietudes, quizás alguna vez sacamos a nivel de la luz algunas cosas, pero un poco nos quedamos ahí, podíamos decir, detrás y ya iremos dando los pasos que nos arrastren los que están a nuestro lado o cerca de nosotros, pero por nosotros mismos hacemos poco por salir de esa modorra. Pero sabemos que las cosas hay que plantearlas y plantearlas crudamente para  poder encontrarnos con la luz.

Hoy el evangelio nos habla de la inquietud de algunos que se reúnen en torno a El en Jerusalén. Han subido, viniendo de todas partes, para celebrar alguna de aquellas fiestas que van celebrando a través del año además de la Pascua. Algunos conocerán a Jesús, sobre todo si son de Galilea, porque es allí donde Jesús ha realizado mayor actividad recorriendo pueblos y ciudades; si son del entorno de Jerusalén y de la región de Judea lo conocerán menos, aunque de oídas las noticias han corrido y habrán tenido algún conocimiento de Jesús. ¿Será este el Mesías? Se preguntan cuando oyen hablar de sus enseñanzas con autoridad, cuando escuchan de los milagros y de los signos que hacía. Y la pregunta se la trasmiten a Jesús. No nos tengan aquí en dudas para siempre, dínoslo claramente, ‘tú, ¿quién eres? ¿Eres el Mesías?

Me conocéis y no me conocéis, viene a decirles Jesús. Sabéis cosas de mí, pero aun no habéis captado cual es mi verdadera misión. Fijaos en los signos que realizo, fijaos en las obras que hago; el árbol se conoce por sus frutos. El Mesías de Dios lo reconoceréis si os dejáis conducir por el Padre, si abrís vuestro corazón a Dios, para descubrir la obra de Dios en lo que realizo. Tenéis que ser ovejas de mi rebaño, porque son las que saben lo que yo hago por ellas.

¿Nos dejaremos nosotros conducir por el Espíritu de Dios? Es quien nos habla en los corazones, quien nos descubre y revela las obras de Dios y lo que es su voluntad. Vemos también tantas cosas a nuestro alrededor y no sabemos discernir las obras de Dios. Quizás nos hemos hecho una idea, tenemos una manera de pensar, queremos quizás que sea Dios el que se acomode a lo que nosotros queremos, pero no dejamos que su sabiduría se derrame sobre nosotros.

Ha sido quizás algo que hemos ido construyendo en nuestra vida con el paso de los años, con el paso de los siglos quizás en referencia lo que en si misma es la Iglesia. Y tenemos el peligro y la tentación de hacernos un evangelio a nuestra manera, conforme a lo que son nuestras exigencias o lo que imaginamos que tendría que ser nuestro mundo; pero hemos ido por una pendiente resbaladiza y en algunas cosas podemos estar bien lejos del verdadero evangelio de Jesús.

Tenemos que sabernos detener, vaciar nuestra mente de ideas preconcebidas, para que nuestro corazón se siempre liberado de tantas predisposiciones que nos hemos ido creando y ahora solo haya disponibilidad para Dios. Nos cuesta arrancarnos. Nos cuesta ese camino de conversión que cada día hemos de ir realizando. Cerremos los ojos para no seguir contemplando esos caminos erróneos que podemos tomar y que sea el Espíritu del Señor el que nos trace esas nuevas sendas. Cuando nos encontramos con Jesús de forma auténtica algo nuevo tiene que brotar en nuestro corazón. ¿Estaremos dispuestos?

lunes, 22 de abril de 2024

Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida, El está detrás de esa puerta esperándonos

 






Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida, El está detrás de esa puerta esperándonos

Hechos de los apóstoles 11, 1-18; Salmo 41; Juan 10, 1-10

Qué gratificante que cuando estamos buscando por donde entrar a un sitio por el que sentimos algún tipo de interés nos encontremos con la puerta y con quien posee las llaves de esa puerta. Me ha sucedido alguna vez visitando algún lugar, pero que nos encontrábamos cerrado y sin posibilidades de entrar para admirar, por ejemplo, la belleza y la riqueza histórica y cultural de aquel lugar, pero pronto encontramos por donde entrar, pero además quien nos facilitará aquella entrada porque no solo tenía en su mano la llave de entrada, sino también el conocimiento necesario para explicarnos lo que deseábamos visitar.

Andamos buscando en la vida esa llave y esa entrada  que nos haga encontrar sentidos, que nos llene de valores, que nos haga descubrir de verdad el valor de la vida y de lo que podemos hacer; andamos buscando esa luz o esa medicina, porque quizás muchas veces son muchos los desencantos que nos hieren el alma, muchas pueden ser las cosas que nos hacen sufrir y se convierten para nosotros en un dolor insufrible cuando no hay esperanza, cuando no se nos abren los horizontes de la vida, cuando andamos vagando de acá para allá sin saber muchas veces a qué atenernos. ¿No es cierto que muchas veces nos encontramos desorientados por esos caminos de la vida? ¿No es cierto que se nos llena de dolor el alma en tantas sombras y noches oscuras que nos encontramos por doquier y que muchas veces nos hacen perder hasta la ilusión por la vida?

A nuestro encuentro viene Jesús. Que quiere ser luz; que quiere abrir los horizontes de nuestro corazón; que quiere ser nuestro viático y acompañante en el camino, porque somos como aquel joven Tobías que necesitó de Rafael, el arcángel que estaba en la presencia de Dios, para acompañarle en el camino y orientarle en las diferentes situaciones en que se iba a encontrar.

Nos ha venido hablando de que es el Pastor de nuestra vida, pero hoy nos dice también que es la puerta por donde debemos entrar. No podemos echar en saco roto esas palabras de Jesús. Tenemos que dejarnos conducir para penetrar por esa puerta, sabiendo que vamos a tener los pastos de vida eterna que necesitamos y necesitaremos, sabiendo que nos da seguridad en esos pasos que hemos de ir dando porque es su Espíritu el que nos guía.

No será fácil el camino que nos señala pero sí sabemos que es certero. Muchos tenemos que ir desbrozando en nuestra vida para hacer ese camino, porque son muchas las malezas que hemos dejado introducir en nuestro corazón y eso nos cuesta y nos duele. Y arrancarlo de raíz no siempre es fácil, muchas veces doloroso, y también lleno de dificultad, pero con la seguridad de que lo podemos conseguir. Es la confianza que sentimos en el corazón cuando intentamos caminar, a pesar de nuestras cojeras y dificultades, al paso de Jesús. Va a ser nuestro cireneo, va a ser nuestra medicina y colirio que nos sane y que nos limpie los ojos para ver lo que realmente es importante.

Entremos por la puerta de Jesús, aunque nos parezca estrecha, pero nos conduce con seguridad al redil de la vida. El está detrás de esa puerta esperándonos. Es nuestro consuelo y nuestra fortaleza, el colirio que da luz a los ojos, y el camino que nos lleva a la vida eterna.

domingo, 21 de abril de 2024

Tenemos que ir hasta Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu, es la Puerta y es el Camino, El es el Pastor de nuestras vidas

 


Tenemos que ir hasta Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu, es la Puerta y es el Camino, El es el Pastor de nuestras vidas

Hechos de los Apóstoles 4, 8-12; Sal. 117; 1 Juan 3, 1-2; 10, 11-18

Cuando queremos construir un edificio que sea seguro y en el que podamos edificar todas las plantas que queramos tenemos que tener unos sólidos cimientos sobre el que se va a asentar y nos da va a dar seguridad de que no se nos venga abajo; si queremos una buena dirección para nuestra sociedad para que se puedan afrontar y resolver todos los problemas que se puedan presentar ya sea en la convivencia de los miembros de esa sociedad y para lograr las mejores formas de vida, hemos de tener unos líderes, unos dirigentes capaces y entregados al servicio de esa comunidad; si queremos entrar en un lugar y no tengamos problemas para su acceso o se nos pueda rechazar hemos de buscar la puerta porque no nos vale estar asaltando murallas o violentando sus limites o fronteras.

Son cosas necesarias de la vida, en nuestro nivel personal pero también como esa sociedad o comunidad que constituimos donde estamos mutuamente interrelacionados y dependemos en cierto modo los unos de los otros. Y he pensado en ese cimiento que tiene que ser profundo y con fuertes garantías frente a tanta superficialidad con que andamos por la vida, que al final no sabemos ni a donde vamos, ni de donde venimos ni tampoco lo que queremos, porque simplemente vamos a lo que salte. Es lo que realmente da sentido a nuestra existencia, nos hace descubrir lo que somos y lo que verdaderamente nos engrandece, lo que nos hará mantenernos con serenidad incluso en los más duros embates que podamos tener. Qué bueno es sentir a alguien seguro así a nuestro lado.

Y de todo esto nos está hablando el evangelio y toda la palabra de Dios que se nos ofrece en este domingo. Este cuarto domingo de Pascua que normalmente llamamos del Buen Pastor, por las imágenes con que se nos presenta Jesús en el evangelio. Nos habla del pastor que guía a su rebaño llevándolo con seguridad por caminos, valles y montañas, que lo defiende de peligros, del lobo que acecha o del ladrón que salta por encima de la puerta para robar y que entrega por sus ovejas curando los heridas o buscándolas donde se hayan perdido, que lo conduce con seguridad por los caminos de la vida, que lo resguarda en el redil desde el que lo sacará para conducirlo a los mejores pastos. 

¿Qué es lo que contemplamos de Jesús en el evangelio? No se queda en el templo o sentado en su cátedra, digamos de la sinagoga, sino que saldrá a los caminos para ir al encuentro de aquellos que le necesitan de una forma o de otra; saldrá a sembrar la semilla en los campos de la vida, enseñando ya sea desde la barca a las orillas del lago, o encontrándose con las multitudes hasta en los lugares descampados para enseñar y para curar y sanar cuerpos y corazones heridos, pero para alimentar sus cuerpos extenuados o sus espíritus ansiosos de esperanza.

Por eso esas dos imágenes que nos aparecen hoy también en la Palabra de Dios. Nos dirá Pedro que Cristo es la piedra fundamental que habían desechado los arquitectos, pero en quien encontramos esa fortaleza para nuestra vida, ese cimiento de nuestra existencia, esa luz y ese sentido de nuestro caminar y de nuestro vivir. En ningún otro nombre podremos encontrar la salvación, esa luz nueva que dará sentido a nuestra vida y que nos hará a nosotros también repartidores de luz en medio de un mundo tan ensombrecido. ¡Qué seguridad tenemos cuando lo  hacemos al paso de Jesús! Por eso en otro momento se nos presentará como el Camino, y la Verdad, y la vida, porque nadie va al Padre sino por Jesús.

Pero hoy cuando se nos está hablando del Pastor también se nos hablará de la puerta por la que hemos de entrar. El ladrón que va a robar y hacer estragos entrará por cualquier parte, saltando la tapia o rompiendo lo que encuentre a su paso y le impida la entrada. Pero Jesús nos dice que El es la puerta de las ovejas por las que entran y salen del redil guiadas por su pastor. Es Jesús por quien nosotros hemos de entrar porque solo por El conoceremos al Padre – ‘quien me ha visto a mi ha visto al Padre’, nos dirá en otro momento – y El es el único camino que nos lleva a Dios – ya recordábamos que El es el Camino, y la Verdad, y la Vida – porque es la Palabra que se hizo vida y da luz a los hombres. Así tenemos que ir a Jesús, encontrarnos con Jesús, alimentarnos de El y dejarnos conducir por su Espíritu. 

Pero en este domingo y desde estas consideraciones que nos hacemos contemplando a Jesús, Buen Pastor, nuestra mente y nuestro corazón se vuelve a quienes en nombre de Jesús están siendo pastores de nuestra vida en medio de la Iglesia. Con sus limitaciones humanas están queriendo realizar esa misión de Jesús desde la llamada que también un día sintieron con Jesús tocó sus corazones llamándolos también por su nombre. No es tarea fácil y no siempre somos conscientes de los dramas y sufrimientos que puede haber en sus corazones, pero que los cristianos tenemos que saber valorar y apoyar, estando al lado de nuestros pastores y sobre todo con nuestra oración.

Y es también el momento de orar al dueño de la mies, porque mucha es la mies y pocos los obreros, para que el Señor siga llamando y moviendo los corazones para que nunca falten a nuestra Iglesia esos pastores que en nombre de Jesús sigan alimentando nuestra vida y nuestra fe. Que sean muchos los llamados, y que sean muchos también los que con generosidad de corazón respondan a esa llamada del Señor. La Iglesia necesita muchos sacerdotes, el mundo necesita muchos pastores y testigos del evangelio de Jesús.

sábado, 20 de abril de 2024

Seamos capaces de dar ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro porque Jesús también tiene para nosotros palabras de vida eterna

 


Seamos capaces de dar ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro porque Jesús también tiene para nosotros palabras de vida eterna

Hechos de los apóstoles 9, 31-42; Salmo 115; Juan 6, 60-69

Siempre encontraremos una excusa – que en sí misma tendrá más o menos valor, pero que a nosotros nos parece válida – para echarnos atrás cuando nos parece que las exigencias o los compromisos a los que nos llevan, nos parecen excesivos para lo que nosotros seríamos capaces de buenamente dar. Y es que eso de ‘buenamente dar lo que podamos’ lo llevamos demasiado metido dentro de nosotros y nos quiere valer siempre de excusa. No queremos llegar tan lejos; queremos mantener siempre nuestras reservas para nosotros, por si acaso, decimos; siempre queremos guardar un as en nuestra manga, por si acaso las cosas no salen como habíamos soñado.

¿Andarían por esas aquellos judíos de Cafarnaún que han venido escuchando a Jesús - y fueron ellos los que vinieron buscándoles y hemos de reconocer por sus intereses – y ahora les parecen duras las palabras de Jesús y por eso le abandonan y no quieren seguirle?

No sé si era tanto por aquello que había dicho Jesús de que había que comer su carne – cosa que comprendemos les pareciese dura – o realmente iban comprendiendo que eso de seguir a aquel predicador, aquel profeta de Nazaret que por allí había aparecido tenía muchas exigencias, muchas eran las cosas que había que cambiar en su mentalidad, con muchas cosas tendrían que romper en sus rutinas y costumbres, si en verdad querían ser discípulos suyos con todas sus consecuencias.

Y eso que ellos aun quizás no sospechaban los sumos sacerdotes y los dirigentes del pueblo estaban comenzando a tramar contra Jesús. Algún as tenían ellos que guardarse en la manga. Mas tarde veremos que incluso aquellos que le habían sido más fieles y con El habían subido a Jerusalén para aquella pascua, comenzarían también con sus traiciones y negaciones, comenzarían a huir a la espantada como sucedería en Getsemaní, y también andarían ocultos por miedo a los judíos, como se habían encerrado en el Cenáculo.

Por eso veremos a aquellos posibles discípulos de Cafarnaún se echan atrás y ya no quieren seguir a Jesús. ¿Sería ya un anticipo de lo que iba a suceder en las calles de Jerusalén que gritarían contra Jesús pidiendo su crucifixión y su muerte aunque días antes le habían aclamado como el que venía en nombre del Señor? Así andaban entre dudas y miedos, entre interrogantes que siempre los había por dentro, y desconfianzas que les hacían pensarse las cosas. ¿Podremos llegar más allá? ¿Qué de nuevo nos pedirá Jesús? ¿Hasta dónde van a llegar nuestros compromisos? ¿Seremos capaces de seguir manteniendo la vela al lado de Jesús?

Como andamos nosotros también tantas veces en la vida, que nos dan ganas de echarnos atrás y abandonarlo todo, soñando a veces con posturas más cómodas y que no tengan tantas exigencias, pensando que el mundo nos está ofreciendo tantas cosas que nos atraen y muchas veces no sabemos que hacer.

Hoy de nuevo Pedro es el que se adelante, da el paso al frente, se atreve a hablar en nombre de los demás, aunque él luego también tendrá momentos de flaqueza, también se dejará dormir en lugar de estar atento y vigilante, se atreverá incluso a meterse en la boca del lobo, pero ahora hará una hermosa confesión de fe. ‘¿A quién vamos a acudir si solo tú tienes palabras de vida eterna?’

¿Seremos nosotros capaces de dar también ese paso adelante y repetir con todas sus consecuencias estas palabras de Pedro?


viernes, 19 de abril de 2024

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

 


Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es habitar en El, entrar en comunión con El y con los que están en comunión con El dejando que Cristo en verdad sea mi vida

Hechos de los apóstoles 9, 1-20; Salmo 116; Juan 6, 52-59

En la vida escuchamos todo tipo de mensajes o contemplamos en los demás o en lo que nos rodea cosas que nos llaman la atención, cosas que nos pueden parecer interesantes y que en cierto modo nos gustaría a nosotros hacer algo semejante, mientras yo siga mi vida sin complicaciones en mis costumbres, en mis rutinas, en las cosas que hago de siempre porque así quizás me lo enseñaron y aprendí. 

Pero quizás dar otros pasos, donde nos comprometemos y complicamos nuestra vida con nuevas cosas que nos harían cambiar mucho de lo que hacemos, o quizás llegar hasta tal punto que tenemos que renunciar a mucho de lo que tenemos o  hemos conseguido, ya es como para pensárselo; querer ser amigo de una persona, porque me parece interesante, está bien, pero dar el paso a entrar en una comunión de vida que además me exige algo muy diferente, ya nos lo pensamos más. Son pasos que cuestan.

Por eso ante el evangelio de Jesús con todo lo que radicalmente nos plantea para nuestra vida, muchas veces queremos andar con tantos pies de tiento, que no terminamos de comprometernos por el evangelio. Y es que el evangelio nos pide una nueva y vital comunión con Jesús que nos hace entrar en un nuevo sentido y estilo de vida. Y por mucho que digamos que amamos y queremos amar, nos pesa mucho en nuestro interior nuestro individualismo que nos lleva por un lado a una autosuficiencia de querer bastarnos siempre por nosotros mismos, y a una insolidaridad que nos impide lazos de auténtica comunión.

De eso nos está hablando Jesús, lo hemos venido escuchando estos días pasados en todo este capítulo seis del evangelio de Juan, cuando nos ha hablado del pan de vida, de comerle para tener vida para siempre, y cuando termina diciéndonos que hemos de comer su carne y beber su sangre para tener vida en nosotros. Ante estas palabras de Jesús nos cabe una interpretación tan literal de lo de comer su carne que nos parece que no queremos ser o parecer antropófagos; pero si entendemos lo de comer a Cristo como una señal de la comunión en la que hemos de entrar con El, nos vienen también nuestras pegas desde esa tentación que decíamos que tenemos al individualismo.

Por eso vemos el rechazo con que se manifiesta aquella gente de Cafarnaún al escuchar las palabras de Jesús. ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Y dice que discutían entre ellos, porque no todos lo entenderían de la misma manera, y porque las exigencias de Jesús les pareciera que eran difíciles de cumplir. Como veremos, muchos ya no quisieron seguir con Jesús.

Pero Jesús sigue insistiéndonos en lo mismo. ‘El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él’. Habitar en Jesús, entrar en comunión con El, dejar que Cristo en verdad sea mi vida. Es algo que no se puede hacer de cualquier manera. Algo que tenemos que pensarlo bien antes de decidirnos a seguirle, a estar con El y hacernos uno con El. Porque además desde esa unión con Jesús vamos tener que entrar en comunión también con todos los que están en comunión con Jesús.

Y el campo entonces se amplía y se hace más universal. Y esta es una de las cosas que nos cuesta aceptar en nuestra vida cristiana. Porque bueno, como decimos, comulgar eso está bien, sentirme unido a Cristo porque me siento amado es algo que es cierto nos llena de dicha, sentirme unido a Dios y rezar está bien porque necesitamos de Dios, pero salirnos de ahí, para entrar en comunión con los demás, nos lo pensamos. 

Somos tan raquíticos en nuestras miradas que siempre estaremos viendo defectos en los otros, claro que los nuestros nunca los vemos, siempre sentiremos que aquel o aquella se nos atraviesan y no los podemos tragar pero no pensamos en lo antipáticos que nosotros nos ponemos a veces con los demás, y así podríamos seguir diciendo muchas cosas.

‘El que me come vivirá por mi’, nos dice Jesús. O sea que ya no es nuestra vida, sino la de Jesús, pero también tenemos que decir, ya no es solo con nuestras fuerzas sino con la vida de Jesús. ‘El que come de este pan vivirá para siempre’. ¿Queremos tener para siempre esa vida de Jesús?

jueves, 18 de abril de 2024

Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre porque Jesús se hace Pan de vida para resucitarnos a una vida nueva

 


Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre porque Jesús se hace Pan de vida  para resucitarnos a una vida nueva

Hechos de los apóstoles 8, 26-40; Salmo 65; Juan 6, 44-51

En la vida nos conducimos por aquello que nos gusta, nos parece apetecible, y así vamos eligiendo lo que queremos, los que queremos para nosotros como posesión, pero lo que queremos para nosotros como manera de vivir o como forma de desarrollar nuestro yo; así vamos escogiendo los amigos con los que nos sentimos a gusto, o vamos poco a poco decantándonos por una forma de vivir, por un sentido de la vida, desde lo que nos ofrecen o desde aquello que nos parece que compagina con nuestro ser. Nos decimos que somos libres y que somos nosotros los que elegimos; nos decimos con personalidad y no queremos sentirnos arrastrados por nadie.

Pero también nos damos cuenta que en un momento determinado algo ha hecho que tomemos otras decisiones, que nos sintamos como llamados, quizás decimos interiormente, o algunos, porque está de modo esnobismos que nos vienen no sé de donde, que el karma nos arrastró a algo, que era como una predestinación y no sé cuantas cosas más que nos decimos. Pero algo ha habido que nos ha hecho mover la vida quizás hasta cambiando el rumbo de lo que estamos haciendo, y que nos descubre algo nuevo.

Nosotros los creyentes no necesitamos hablar del karma o cosas de esas, o de predisposiciones o presentimientos que nos pueden surgir, nosotros pensamos en algo distinto que lo hemos tenido ahí de siempre, pero quizás olvidamos, o quizás descartamos para pensar en eso que nos viene de acá o de allá. Nosotros creemos que Dios actúa en nuestra vida, que su Espíritu puede mover los corazones y nos inspira – mira por donde viene la palabra Espíritu – y se vale quizá de muchos signos externos o incluso dentro de nosotros mismos para hacernos conocer lo que es su voluntad, lo que Dios quiere de nosotros.

Cuando estamos hablando del misterio de Dios, de nuestra relación con Dios y con Cristo, de nuestra vida cristiana sentimos que hay algo sobrenatural, que significa que está por encima o más allá de nosotros, que actúa en nuestra vida, nos inspira lo que hemos de hacer, nos hace descubrir también lo que es la voluntad de Dios para con nosotros.

Nos lo ha dicho hoy Jesús. ‘Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día’. Es Dios el que nos llama. Es lo que le está diciendo Jesús a aquellos que se han convertido en sus discípulos, que no fue solamente porque un día se sintieran atraídos por Jesús, sino porque fueron invitados a seguir a Jesús. ‘Venid conmigo…’ les iba diciendo Jesús como a Pedro y a su hermano Andrés, como a los hermanos Zebedeos, como a Mateo o Leví cuando estaba allí en su garita de recaudador de impuestos, y así a todos aquellos que había ido llamando por su nombre para que fueran sus discípulos, para constituir el colegio de los Apóstoles.

Hoy Jesús nos está diciendo cosas muy importantes, pero también hemos de reconocer que les costaba entender a aquellos que le escuchaban en la sinagoga de Cafarnaún, pero les esta pidiendo un plus, podemos decir, de confianza en El, de creer en Jesús. Y es que creer en Jesús significa dejarse transformar por El. Por eso les habla de vida nueva, de resurrección, que era algo que iba mucho más allá de lo que pudiera haber sido la resurrección de Lázaro o de la hija de Jairo. Creer en Jesús significa entrar en una nueva vida, en un nuevo sentido de vida, porque era además comenzar a vivir la vida de Jesús.

Por eso necesitamos comerle, para podernos llenar de su vida. Por eso nos dice que El es el Pan de vida, el verdadero Pan bajado del cielo y que comiéndole a El tendríamos vida para siempre, nos resucitaría en el último día. No nos quiere dar Jesús un pan que comiéndole volvamos a morir, porque no sea un pan que nos alimenta para siempre. No es cualquier cosa lo que quiere ofrecernos Jesús, porque es El mismo que se hace pan, es El mismo que nos da su carne, que nos da su vida.

Claro que son cosas difíciles de entender si nos quedamos en la literalidad de las palabras. Por eso la gente no le entiende y algunos incluso dejarán de seguirle. Pero El nos pide que confiemos en su Palabra, y que su Espíritu va a actuar en nosotros para que lleguemos a comprender y vivir ese misterio de Dios. Dejémonos conducir por su Espíritu y alcanzaremos vida para siempre.


miércoles, 17 de abril de 2024

Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

 


Somos lo que comemos y si comemos el Pan de vida que nos ofrece y que es Jesús, nuestra vida no puede menos que reflejar su evangelio

Hechos de los apóstoles 8, 1b-8; Salmo 65; Juan 6, 35-40

Alguna vez he escuchado decir algo así como que ‘somos lo que comemos’. Una referencia a nuestro modo de alimentación y bien sabemos que según de donde seamos, por ejemplo, será la alimentación que tenemos; según la cultura y formación de las personas buscarán más o menos una alimentación adecuada donde tengamos los nutrientes necesarios para desarrollar nuestra vida; muchas veces también según nuestra manera de pensar elegimos un tipo de alimentación u otra, quienes rechazan las carnes, quienes se decantan por una alimentación más naturista, quienes quizás por razones de salud pueden o no pueden comer determinados alimentos. Pero no vamos a hacer un tratado sobre la nutrición y la alimentación que podemos o debemos tomar.

Pero igual hay otras cosas que alimentan nuestra vida, que son las ideas y los pensamientos, que tomamos de aquí o de allá y que nos van forjando nuestra manera de pensar y de vivir; podemos pensar en las filosofías de la vida, podemos pensar en las ideologías, podemos pensar en las corrientes de opinión que en cada momento van surgiendo en la sociedad y que marcarán nuestras posturas, nuestro estilo de vida, o el sentido que le damos a nuestra existencia. 

Es también una comida, una alimentación, en lo que ya no nos referimos a lo que entra por la boca y discurre por nuestro sistema digestivo, sino que es lo que llevamos en la cabeza o en el corazón. Y aquí podemos decir también aquello de que ‘somos lo que comemos’, aquello de lo que alimentamos nuestra existencia, nuestra manera de vivir.

Ante nosotros, contemplando a Jesús y escuchándolo, se ha ido desarrollando todo el mensaje del evangelio, esa buena nueva que nos ofrece Jesús cuando nos anuncia el Reino de Dios. Hemos dicho ya muchas veces como se despierta la esperanza de algo nuevo en aquellos que escuchan o contemplan a Jesús, cómo aquellos signos que Jesús va realizando nos van manifestando ese sentido nuevo de nuestra vida cuando nos decidimos a seguirle, a optar por El. Con Jesús nos veremos siempre saciados plenamente. ‘Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’.

Escuchar el evangelio, la buena nueva que Jesús nos ofrece, no nos puede dejar insensibles, no nos podemos quedar en una posición de estacionamiento sin que nos decidamos a tomar una opción, a tomar un camino. Ya nos dirá El en algún momento que o con El o contra El, que quien no recoge con El desparrama, que tenemos que decidirnos de manera seria por seguirle porque no podemos estar siempre mirando para detrás, porque no seríamos dignos de El.

Por eso El nos habla hoy de comerle, de que El es el Pan de vida, y que comiéndole a El es como tendríamos vida para siempre. Y comerle a El es mucho más que dejar que nos entre un alimento por la boca, aunque como signo tengamos también que hacerlo; comerle a El es dejarnos transformar por El – somos lo que comemos, decíamos antes – porque entonces su manera de pensar, lo que El nos está diciendo que es el Reino de Dios, tendrá que ser algo que hagamos vida nuestra. No podemos decir que nos alimentamos de Cristo, que le comemos, en una palabra que comulgamos, y luego actuamos en nuestra vida de manera diferente a lo que nos propone El, nos enseña El.

Aquí tendríamos que preguntarnos por tantas incongruencias de nuestra vida cuando decimos que tenemos fe, que creemos en El pero luego no vivimos el espíritu y el sentido del evangelio, porque, por ejemplo, no hemos convertido el amor en el verdadero motor de nuestra vida, porque seguimos sin perdonar y nunca queremos compartir con los demás, porque no hacemos que las obras de la justicia en todos los sentidos y en todas las cosas las que tienen que resplandecer en nuestra vida. 

¿Cómo puedes comulgar y no perdonar al hermano? Ya nos dirá que antes de poner nuestra ofrenda ante el altar vayamos primero a reconciliarnos con el hermano que pueda tener algo contra nosotros.

Es algo serio lo que hoy Jesús nos está planteando. Algo que tiene que en verdad interrogar nuestra vida y nuestra manera de actuar. Lo que quiere Jesús para nosotros en que tengamos vida eterna. ‘Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. Y eso nos lo ofrece Jesús cuando nos dice que le comamos porque El es el Pan de vida.


martes, 16 de abril de 2024

Busquemos el verdadero alimento que nos da vida para siempre y que encontramos en Jesús y en su Palabra, Pan verdadero bajado del cielo

 


Busquemos el verdadero alimento que nos da vida para siempre y que encontramos en Jesús y en su Palabra, Pan verdadero bajado del cielo

Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Salmo 118; Juan 6, 22-29

El camino de la vida no lo podemos hacer sin alimento. Sí, necesitamos alimentar nuestro cuerpo, que en cierto modo es alimentar nuestra vida; sin esos nutrientes el organismo muere, y no vamos ahora a explicar toda una lección sobre la alimentación humana; es el ansia de todo ser vivo, poder seguir viviendo, y por eso buscamos el alimento; tristes son las imágenes que podemos contemplar de gente desnutrida por el hambre, o por la escasez del necesario alimento; una de las grandes preocupaciones de la humanidad que se pregunta si tenemos los recursos necesarios y suficientes en la tierra para alimentar a una población que cada vez crece más. Cuantos planteamientos se hacen sobre todo esto, cuantas soluciones se buscan, cuantas culpas muchas veces nos echamos los unos a los otros.

Es algo claro y urgente, es cierto, pero la persona necesita algo más para su subsistencia. Alimentar la vida no es solo alimentar el cuerpo, porque la persona es mucho más que un cuerpo que alimentar y mantener aunque haya que hacerlo. Hay algo que tiene que llegar más hondo en el ser humano, que tiene que alimentarle como persona; podemos pensar en los valores sobre los que queremos fundamentar la vida y que nos dan sentido y valor a lo que vivimos y a lo que hacemos. La persona ha de tener otros interrogantes y otros planteamientos que le ayuden a dar profundidad a la vida. Todos, en fin de cuentas, de una forma o de otra, en un momento o en otro, nos interrogamos sobre el sentido de la vida, y cuando tenemos claras unas metas, unos objetivos, una razón de ser nos sentimos más vivos, nos sentimos con mayor intensidad de vida.

Creo que en el fondo es lo que nos está planteando hoy Jesús en este pasaje del evangelio. Ayer les decía Jesús que no se preocuparan solo por un alimento que perece y buscaran un alimento que perdura. Les cuesta entender, porque fácilmente nos quedamos en lo material de la vida y nos cuesta ir más allá, aunque sea algo que de una forma o de otra como decíamos siempre está detrás del pensamiento humano. Ya nos recordaba Jesús, allá en el monte de la cuarentena, cuando las tentaciones, que ‘no solo de pan vive el hombre…’

Cuando aquella muchedumbre hambrienta, llena de problemas y de sufrimientos, con sus enfermos a cuestas incluso, caminan tras Jesús incluso hasta lugares desérticos como hemos visto estos días, era algo más que pan o una salud corporal lo que iban buscando. Claro que sí que esperan y desean sus milagros, pero lo que querían era escuchar a Jesús. Su Palabra les daba vida, sus palabras ponían esperanzas en su corazón, su enseñanza les ponía en camino de algo distinto en sus vidas aunque tanto les costara comprenderlo y vivirlo. Por eso vemos que ante los planteamientos de Jesús se siguen preguntando, y se preguntan en el fondo que es lo que Dios quiere de ellos.

Les costará entender y seguirán pidiendo un pan que les alimente. ‘Danos siempre de ese pan’, le dicen cuando Jesús les habla de un pan que comiéndolo no volverán a tener más hambre. Y al hablarles de un pan que viene del cielo, recuerdan a sus antepasados en el desierto y el pan bajado del cielo que Moisés les daba, el Maná. Pero Jesús quiere hacerles entender el significado verdadero de aquel pan y del pan que ahora Jesús les ofrece.

El maná que comieron en el desierto era algo más que saciarlos del hambre que tenían, cuando ya les acababan todo tipo de suministros. Aquello era todo un signo del Dios que les acompañaba en aquel camino. Era el camino en búsqueda de la libertad, era el camino que les estaba haciendo como pueblo, era el camino que les estaba haciendo crecer como personas que sabían que tenían que caminar juntos, era el camino más allá de una tierra prometida, de una nueva vida que habían de vivir en aquella tierra, y Dios estaba con ellos.

Ahora entraban en una etapa distinta. La presencia de Jesús tenia que hacerles ahondar de verdad en el autentico sentido de la vida. Esa es la Buena Nueva que nos ofrece Jesús, ese es el sentido del Reino de Dios del que les habla Jesús. Y eso lo podemos realizar con Jesús. Nos ofrece su Palabra, esa Palabra de Dios que sí alimenta al hombre de verdad. Recordamos, no solo de pan vive el hombre, sino de la palabra que sale de la boca de Dios. Es todo lo que nos va enseñando Jesús para que en verdad tengamos nueva vida. Por eso tenemos que comer ese Pan bajado del cielo, ese Pan de vida que es Cristo mismo.

¿Cuál es el verdadero alimento que tendríamos que buscar para tener vida y tener vida en plenitud? Es lo que nos está ofreciendo Jesús. ‘Danos siempre de ese pan’, le decimos nosotros también.

 

lunes, 15 de abril de 2024

Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre

 


Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre

Hechos de los apóstoles 6, 8-15; Salmo 118; Juan 6, 22-29

Todos siempre andamos buscando; es desde una insatisfacción innata en que queremos más y mejor o queremos otras cosas. Queremos vivir y queremos siempre algo mejor para nuestra vida y buscamos eso que creemos que nos hará mejor la vida; buscamos la felicidad, buscamos ver satisfechas no solo nuestras necesidades básicas sino esas ansias que llevamos dentro; buscamos trabajo para conseguir lo que anhelamos, o buscamos el encuentro con los otros y por qué no decirlo, queremos ver lo que podemos conseguir con esa amistad que buscamos. Pero buscamos que nos lo den fácil, que sea quizás con el mínimo esfuerzo por nuestra parte, casi como si fuera un regalo del que siempre nos creemos merecedores; recordemos todas las reivindicaciones que en este sentido hacemos en todos los ámbitos. Nos seguimos preguntando qué buscamos y por qué buscamos.

Hoy nos habla el evangelio de cómo la gente buscaba a Jesús. Habían estado con él la tarde anterior y allí Jesús movido a compasión había repartido milagrosamente aquel pan que todos recibieron gratuitamente; querían hacerlo rey, pero Jesús se les escabulló. Aunque habían visto que no se había montado en el barco con los discípulos,  ahora en la mañana al no encontrarlo llegan como pueden hasta Cafarnaún. Allí está Jesús. Y le pregunta, ‘Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ Es como decirle ayer nos dejaste con tres palmos de narices y ahora apareces aquí.

¿Qué buscaban? ¿Por qué buscaban a Jesús? El sabe bien interpretar esas búsquedas de la gente y por eso les dice que trabajen por aquello que los alimenta para siempre, no por lo que es caduco de un día y pronto los va  a dejar insatisfechos. Es el comienzo de un gran interrogante que Jesús les va plantando en el corazón.  Ayer todo era muy fácil, y todo fui gratuito, pudieron comer pan hasta hartarse. Pero parece que siguen teniendo hambre, siguen corriendo tras Jesús que parece que les puede hacer la vida fácil. Mira cómo los cura; ahora los ha alimentado en el desierto. ¿Qué es lo que se suele pedir a los dirigentes para que le solucionen los problemas a la gente? Que no les falte la comida y que se pueda conseguir fácilmente; y si encima algo de entretenimiento, pues mejor. Por eso Jesús les está haciendo este planteamiento.

En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios’.

Les va a costar entenderlo, porque cuando tenemos algo muy metido en la cabeza no es difícil cambiarlo. Era la idea, por otra parte, que ellos tenían de lo que había de ser el Mesías. Y para ellos en cierto modo Jesús se les está presentando como el Mesías. Pero lo que les está planteando Jesús es distinto, son otras posturas y otras actitudes las que hemos de tener, es otra manera de buscar pero también es algo nuevo lo que se les está ofreciendo aunque les cueste entenderlo y aceptarlo.

Estos primeros momentos de diálogo de Jesús con aquellas gentes de Cafarnaún va a dar pie para cosas nuevas y distintas, que todo va a salir en ese diálogo. Porque otro es el alimento que Jesús quiere ofrecerle. ‘El alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre’, les dice. Pero para eso han de realizar el camino que Dios quiere, aunque les cueste.

‘¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios quiere?’, es la pregunta que surge entonces y que tiene que surgir también en nuestro corazón. ¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Qué pasos estamos dispuestos a dar? Porque también nosotros buscamos que las cosas sean fáciles, nos creemos que eso de seguir a Jesús es cumplir con unas cuantas cositas y ya está todo hecho.

Pero Jesús nos dirá algo distinto. ‘La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado’. Pudiera parecer fácil, pero no es cualquier cosa eso de creer en Jesús. Ya en otros momentos nos había hablado de conversión, de cambio profundo, de que era necesario dar la vuelta totalmente a la vida.

domingo, 14 de abril de 2024

Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias, algo distinto tiene que producirse dentro de nosotros en la celebración y en la vida

 


Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias, algo distinto tiene que producirse dentro de nosotros en la celebración y en la vida

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19; Sal. 4; 1Juan 2, 1-5ª; Lucas 24, 35-48

Les estaba costando a los discípulos aceptar y comprender la resurrección de Jesús. Dudaban de quienes habían tenido ya la experiencia del encuentro con Cristo resucitado y ellos mismos ante su presencia aunque llenos de gozo al tiempo se sentían como intimidados al contemplar y sentir la presencia de Cristo resucitado entre ellos.

Nosotros también muchas veces tenemos nuestras dudas, no terminamos de entender como les sucedía a ellos. Fácilmente podemos quedarnos en un hecho racional, como si lo tuviéramos solo en la cabeza, y otras veces nuestro espíritu no está lo suficientemente abierto – seguimos con muchas puertas cerradas – como para saber experimentar, vivir la presencia del Señor en nuestra vida.

Podemos tener unas celebraciones gozosas de pascua en las que cantemos a pleno pulmón el aleluya de la resurrección, pero ¿dentro de nosotros que ha sucedido? ¿Llegaremos en verdad a dar el paso de fe de sentir que Jesús está ahí con nosotros de la misma manera que resucitado estaba con los discípulos, por ejemplo, en el cenáculo? 

Podemos seguir con la tentación de pensar en una resurrección corpórea, como quien vuelve a vivir la misma vida, y eso ya no lo podemos palpar nosotros aquí y ahora en nuestra vida y en nuestras celebraciones; y vienen las dudas, se nos debilita la fe, perdemos el entusiasmo de quien ha vivido de verdad la pascua, por eso caemos tan fácilmente una y otra vez en la misma tibieza espiritual.

Es un misterio, es cierto, donde tenemos que poner a tope nuestra fe. Es un misterio en el que tenemos que dejar conducir por el espíritu de Jesús, y comenzar a sentirlo allá en lo más hondo de nosotros mismos. No fueron suficientes los ojos de la carne a aquellos primeros discípulos para creer en Cristo resucitado, porque incluso cuando estaba con ellos, como hoy mismo hemos escuchado en el evangelio, ellos se habían llenado de temor y no terminaban de creer. Fue necesario que Jesús les abriera el entendimiento para que entendieran las Escrituras, como nos dice hoy mismo el evangelio, para que pudieran comenzar a creer que era el verdaderamente resucitado y luego comenzaran a anunciarlo por el mundo. ‘Vosotros sois testigos de esto’, les dice Jesús.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto’.

El pasaje del evangelio que hoy escuchamos nos habla de la vuelta de los discípulos que habían ido a Emaús y habían tenido el encuentro con Jesús. Habían vuelto y contaban cuanto les había sucedido, y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Y es entonces cuando de nuevo Jesús se les manifiesta, allí reunidos en el cenáculo, y como hemos venido comentando porque ‘aterrorizados y llenos de miedo creían ver un espíritu’. Pero era Jesús, aunque seguían atónitos. Y les explicaba que ‘era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí’

Un misterio grande y doloroso había significado para ellos la pasión y la muerte de Jesús. Era necesario que comprendiera que era lo anunciado en las Escrituras. Era necesario que comenzaran a sentir esa presencia de Cristo resucitado con ellos, que ya no sería solo en los momentos de las apariciones, sino que sería que lo que siempre habría de vivir su Iglesia, lo que siempre hemos de vivir los que creemos en El.

Que en verdad siempre que nos reunamos en su nombre sepamos sentir su presencia. Que cuando vivimos nuestras celebraciones, no nos quedemos en un rito más o menos bellamente realizado, sino que allá en lo más hondo de nosotros mismos sintamos, vivamos esa presencia de Jesús. Qué lástima la frialdad de nuestras Eucaristías; Allí estamos fría y formalmente para realizar unos ritos, y de la misma manera fría saldremos de nuestra celebración sin llevar la alegría del encuentro con Cristo para anunciarlo a los demás. Frías nuestras celebraciones no solo por nuestra escasa participación, somos demasiado espectadores y oyentes en nuestras celebraciones, pero también porque nos falta expresar ese gozo y esa alegría del encuentro con el Señor que tendrían que ser siempre verdaderas fiestas llenas de alegría.

Qué bonita decimos tantas veces fue la celebración, porque se hicieron unos ritos perfectos y solemnes, escuchamos unos coros que decimos que nos sonaban a cielo, escuchamos unos lectores que a perfección proclamaron las lecturas, pero allí estábamos pasivamente en nuestro banco o en nuestro sitio sin ponerle calor a aquella celebración. Si vivimos la presencia de Cristo resucitado con todas sus consecuencias no solo vamos a contemplar esos ritos, que decimos nos saben a gloria, sino que algo distintos tiene que producirse dentro de nosotros. 

Mucho tenemos que revisarnos, nuevos planteamientos tenemos que hacernos, nueva y distinta forma hemos de tener para celebrar. Con Cristo resucitado todo tiene que ser distinto.